De un tiempo a esta parte ha habido un resurgir de películas centradas en la II Guerra Mundial (iniciada, si la memoria no me falla, por Salvar al Soldado Ryan, de Steven Spielberg, aunque eso no quiere decir que no hubiera ejemplos esporádicos en los últimos 15 años) y sus consecuencias más o menos directas, de manos de directores reconocidos y habitualmente alejados del género, algunos de ellos incluso partiendo de experiencias personales, lo que le otorga una visión de primera mano que, aún subjetiva por su capacidad creadora inherente, no dejan de ser un testimonio a valorar. El Pianista, de Roman Polanski, es un caso, y la cinta que nos ocupa, El Libro Negro, de Paul Verhoeven, es otro, aunque desde otra perspectiva, tal vez más crítica con el género humano en general, y no solo un bando en particular.
Es además el retorno de Verhoeven a su Holanda natal, y de su cine más comprometido (más coherente con su primera etapa) que su larga aventura en Hollywood, marcada casi siempre por la ciencia-ficción de acción o la explotación del morbo sexual más gratuito. Es famoso por filmes más taquilleros como Robocop, Desafío Total, Starship Troopers (ejemplos de ciencia-ficción de calidad, aún explotando la violencia como estilo propio, bien filmada), Los señores del acero (un tanto fallida incursión en la Edad Media), u otras como Instinto Básico o Showgirls, donde importaba más el morbo sexual (sugerido o explícito en según que casos) que la calidad de la película en su conjunto. Su fascinación por la violencia o el sexo es siempre patente en su cine, pero una veces mejor plasmado que otras.
En este caso, y partiendo de numerosas fuentes y una importante labor de documentación, aborda el tema de la ocupación nazi en Holanda durante la II Guerra mundial, donde hechos reales y experiencias propias (vivió estos momentos cuando tenía seis años) se entretejen en un tapiz crudo y brutal de unos momentos donde lo mejor y lo peor del ser humano sale a flote a borbotones.
La historia cuenta las vivencias de Rachel Stein (Carice van Houten), una joven cantante judía que vive escondiéndose durante la ocupación alemana de Holanda, y que durante un supuesto escape que resulta ser una trampa, pierde a toda su familia en una emboscada, y escapa sola, uniéndose tras varias vicisitudes a la resistencia, casi más por necesidad que por motivaciones guerreras intrínsecas. Tras conocer a un alto oficial nazi en un viaje entren, le será encomendada la misión de infiltrarse en las oficinas del alto mando y seducir al oficial alemán, para obtener información y para liberar a varios prisioneros, entre los que se encuentra el hijo del jefe de la resistencia.
Con una ambientación muy lograda, y una declaración de intenciones donde los efectos especiales son todos artesanales y reales, dejando de lado toda la maquinaria digital, Verhoeven consigue un retrato muy fiel de aquellos tiempos, alejado de los blancos y negros de malos y buenos que suelen darse en estas producciones, y mostrando un mundo de grises peligroso, cruel y brutal, pero más real y verídico que otras muestras del género.
El libro negro al que hace alusión el título es la pequeña agenda de De Boer, un abogado holandés de La Haya que se dedicaba a intermediar entre el alto mando alemán y la resistencia, pactando liberación de prisioneros y evitando el derramamiento innecesario de sangre. Era muy habitual que si la resistencia asesinaba a un oficial nazi, o colocaba una bomba cerca de sus cuarteles, estos ejecutaran a cierto número de capturados como demostración de fuerza. Las primeras noticias de dicha libreta parten de la novela Moordenaarswerk, del holandés Hans van Straten, pero lo cierto es que dicha libreta, donde figuraban nombres de colaboracionistas y listas de familias ricas que pactaban su huida del país, no llegó nunca a aparecer. Tras una importante labor de investigación del propio Verhoeven y del guionista Gerard Soeteman, y la maceración del un proyecto que rondaba la mesa del director holandés desde hacía más de veinticinco años, la película se llevó a cabo en el retorno a un cine más comprometido del autor de Eric, oficial de la Reina.
Otra fuente importante es el Informe Kampoestanden, escrito por el reverendo Van der Vaart Smit, miembro del partido nazi holandés, que fue hecho prisionero al finalizar la contienda, donde narra el maltrato y vejaciones a los que eran sometidos en los campos de prisioneros que pronto surgieron.
Es la otra cara de la moneda, donde Verhoeven deja claro que no solo se cometieron barbaridades en el lado nazi, más brutales sin duda y al fin y al cabo los provocadores del conflicto, ya que cuando llegó el final del Tercer Reich las revanchas de los recién liberados no le fueron a la zaga, y durante un tiempo reinó el caos entre venganzas personales, ejecuciones inválidas y traiciones encontradas. Muy bien plasmado en una escena donde, a mitad de celebración del fin de la guerra, un grupo de colaboracionistas están siendo desnudados a la fuerza en público, afeitando la cabeza a mujeres tal y como los nazis hacían a las mujeres judías, y linchamientos públicos. En este aspecto es donde Verhoeven carga las tintas, mostrando la brutalidad de ambos bandos, sin escatimar en violencia y plasmación de las vejaciones, a cual más degradante, sin caer sin embargo en lo gratuito (aunque si en lo explícito, marca de la casa).
Es lo bueno del cine de Verhoeven, que si tiene que aparecer un desnudo aparecerá, y si tiene que mostrar una violación o una explosión de violencia desatada, cruel y real, la desatará. Es impagable la escena en la que la protagonista se está tiñendo el vello púbico de rubio, para que no desentone con su cabello igualmente teñido que oculta su moreno natural, mientras planea con otro miembro de la resistencia como va infiltrarse, y a mitad de proceso siente el molesto escozor del amoniaco del tinte. O las fiestas en la sede del partido nazi que desembocan en orgías desatadas, más salvajes según se acerca el momento de la derrota final, decadentes y desesperadas. O la cadena de vejaciones de la que es víctima la protagonista cuando es hecha prisionera tras el armisticio y tomada por espía nazi, culminada por un autentico baño en las inmundicias del alma humana. Verhoeven mantiene esa marca de casa sin resultar estridente, añadiendo sutilidades nada sutiles a una historia poco complaciente con ninguno de los bandos, algo que la diferencia a sobremanera del resto de historias similares a lo largo del género, y brilla como un diamante necesario para revitalizar la filmografía del director.
Con un ritmo donde no hay espacio para la meditación ni el drama intimista, sacrificándola un tanto a la actividad e intranquilidad de un país ocupado, y a pesar de una primera media hora un tanto confusa, la historia empieza metida en situación, lo que obliga al espectador a introducirse sobre la marcha, algo arriesgado para el espectador poco familiarizado con el contexto histórico, pero que resuelve su planteamiento de manera brillante y con un arranque directo y sin concesiones. El retrato de la resistencia no es complaciente, y tampoco se sataniza a los miembros del partido nazi, aunque hay extremos que inequívocamente han de hacer aparición para desarrollar la trama y hacer avanzar las vicisitudes e intrigas dentro de la infiltración, una intriga muy bien rodada, un poco al estilo Hitchcock, efectiva y decisiva.
Uno de sus grandes aciertos es el casting, compuesto por actores holandeses y alemanes casi desconocidos en nuestro país, pero que le otorgan una veracidad y un dramatismo más intenso aún, al no tener el handicap de la estrella de turno y saber que este no morirá.
El peso de la película cae sobre Carice van Houten, actriz teatral holandesa, que interpreta a Rachel Stein, la cantante judía que se une a la resistencia, y que en realidad está basado en tres personajes reales del momento: dos combatientes de la resistencia, Séme van Eeghen y Kitty ten Have, y la artista Dora Paulsen. Y lo cierto es que sale airosa del reto con creces; es completamente el rostro de la cinta, por su belleza inherente y su derroche de encanto, tristeza, impotencia o peligro mediante una mirada potente y penetrante. Como la fuerza del personaje, que reside en su carácter, su fortaleza disfrazada de cierta frivolidad que se quiebra hacía el final de la película, un personaje que no se puede ni siquiera llorar por la pérdida de toda su familia, y que contenida y rabiosa, se mantiene en cada situación en una mezcla de dignidad y cachorro acorralado, hasta una explosión final donde su fe en el ser humano quedará muy mermada y su vida marcada por un conflicto que es realidad no acabará nunca, para ella. Por una serie de vicisitudes, la que es una judía perseguida por el nazismo, se verá igualmente perseguida por su propio bando y traicionada por aquellos en los que más confiaba, y solo apoyada momentáneamente en quien poco antes era su enemigo.
Otro personaje interesante es el de Ronnie, secretaria compañera de la protagonista, interpretada por Halina Reijn, que representa a esas personas sin convicciones políticas reales y que se acoplaban al viento que mejor les mecía, trabajando para los nazis y participando en su fiestas, devaneos y orgías, sin ser realmente nazis ni estar afiliadas al partido, y que al final de la guerra fueron apresadas y tratadas con más crueldad incluso que a los propios nazis debido a su carácter de traidores, o bien supieron amoldarse a la nueva situación sin remordimientos, simplemente por instinto de supervivencia. Y sin embargo, se permite un matiz en un momento dado de la trama que deja al espectador intrigado y reflexivo a la vez.
El resto del elenco se completa con Sebastián Koch, actor alemán de cierto prestigio gracias a sus intervenciones en La Vida de los Otros o Amén, en la piel del oficial nazi al que la protagonista ha de espiar, rico en matices y no todo lo fanático que cabía esperar de este tipo de personajes, y Tom Hoffman que encarna a un combativo miembro de la resistencia, líder militar leal a la reina de Holanda, entregado y resolutivo, pero igualmente gris y eclipsado en sus convicciones.
Únicamente la película peca de ciertos tics tramposos herencia de la etapa hollywoodense del director, que aunque chirrían en el momento del visionado, se olvidan por la buena factura del conjunto, y un personaje desdibujado y prescindible, un religioso miembro de la resistencia que protagoniza un momento que debía ser de tensión, el secuestro de un supuesto traidor y su intento de huida, y viendo que un compañero esta a punto de perecer, no es capaz de disparar su arma y queda paralizado, hasta que el traidor exclama un juramento en vano y solo en ese momento se decide a dispararlo al grito de ¡ha blasfemado, ha blasfemado!, quedando convertido en una bochornosa pantomima inicialmente con ninguna intención cómica pero irrisoria en todo caso, que por suerte se olvida pronto.
En definitiva, un complejo tapiz de las reacciones humanas en una situación de guerra, vista desde el punto de vista de judíos, nazis y holandeses, rodada con un estilo clásico y sin embargo fresco en el panorama actual cinematográfico, efectiva, cínica y personal de acuerdo a la trayectoria del director holandés. Si es este el comienzo de una nueva etapa vernácula del director del país de los tulipanes, alejado de la maquinaria fagocitaria americana, nos deparará no pocas satisfacciones cuando las luces se apaguen en la sala y la moviola empiece a navegar delante de nuestros ojos.
Es además el retorno de Verhoeven a su Holanda natal, y de su cine más comprometido (más coherente con su primera etapa) que su larga aventura en Hollywood, marcada casi siempre por la ciencia-ficción de acción o la explotación del morbo sexual más gratuito. Es famoso por filmes más taquilleros como Robocop, Desafío Total, Starship Troopers (ejemplos de ciencia-ficción de calidad, aún explotando la violencia como estilo propio, bien filmada), Los señores del acero (un tanto fallida incursión en la Edad Media), u otras como Instinto Básico o Showgirls, donde importaba más el morbo sexual (sugerido o explícito en según que casos) que la calidad de la película en su conjunto. Su fascinación por la violencia o el sexo es siempre patente en su cine, pero una veces mejor plasmado que otras.
En este caso, y partiendo de numerosas fuentes y una importante labor de documentación, aborda el tema de la ocupación nazi en Holanda durante la II Guerra mundial, donde hechos reales y experiencias propias (vivió estos momentos cuando tenía seis años) se entretejen en un tapiz crudo y brutal de unos momentos donde lo mejor y lo peor del ser humano sale a flote a borbotones.
La historia cuenta las vivencias de Rachel Stein (Carice van Houten), una joven cantante judía que vive escondiéndose durante la ocupación alemana de Holanda, y que durante un supuesto escape que resulta ser una trampa, pierde a toda su familia en una emboscada, y escapa sola, uniéndose tras varias vicisitudes a la resistencia, casi más por necesidad que por motivaciones guerreras intrínsecas. Tras conocer a un alto oficial nazi en un viaje entren, le será encomendada la misión de infiltrarse en las oficinas del alto mando y seducir al oficial alemán, para obtener información y para liberar a varios prisioneros, entre los que se encuentra el hijo del jefe de la resistencia.
Con una ambientación muy lograda, y una declaración de intenciones donde los efectos especiales son todos artesanales y reales, dejando de lado toda la maquinaria digital, Verhoeven consigue un retrato muy fiel de aquellos tiempos, alejado de los blancos y negros de malos y buenos que suelen darse en estas producciones, y mostrando un mundo de grises peligroso, cruel y brutal, pero más real y verídico que otras muestras del género.
El libro negro al que hace alusión el título es la pequeña agenda de De Boer, un abogado holandés de La Haya que se dedicaba a intermediar entre el alto mando alemán y la resistencia, pactando liberación de prisioneros y evitando el derramamiento innecesario de sangre. Era muy habitual que si la resistencia asesinaba a un oficial nazi, o colocaba una bomba cerca de sus cuarteles, estos ejecutaran a cierto número de capturados como demostración de fuerza. Las primeras noticias de dicha libreta parten de la novela Moordenaarswerk, del holandés Hans van Straten, pero lo cierto es que dicha libreta, donde figuraban nombres de colaboracionistas y listas de familias ricas que pactaban su huida del país, no llegó nunca a aparecer. Tras una importante labor de investigación del propio Verhoeven y del guionista Gerard Soeteman, y la maceración del un proyecto que rondaba la mesa del director holandés desde hacía más de veinticinco años, la película se llevó a cabo en el retorno a un cine más comprometido del autor de Eric, oficial de la Reina.
Otra fuente importante es el Informe Kampoestanden, escrito por el reverendo Van der Vaart Smit, miembro del partido nazi holandés, que fue hecho prisionero al finalizar la contienda, donde narra el maltrato y vejaciones a los que eran sometidos en los campos de prisioneros que pronto surgieron.
Es la otra cara de la moneda, donde Verhoeven deja claro que no solo se cometieron barbaridades en el lado nazi, más brutales sin duda y al fin y al cabo los provocadores del conflicto, ya que cuando llegó el final del Tercer Reich las revanchas de los recién liberados no le fueron a la zaga, y durante un tiempo reinó el caos entre venganzas personales, ejecuciones inválidas y traiciones encontradas. Muy bien plasmado en una escena donde, a mitad de celebración del fin de la guerra, un grupo de colaboracionistas están siendo desnudados a la fuerza en público, afeitando la cabeza a mujeres tal y como los nazis hacían a las mujeres judías, y linchamientos públicos. En este aspecto es donde Verhoeven carga las tintas, mostrando la brutalidad de ambos bandos, sin escatimar en violencia y plasmación de las vejaciones, a cual más degradante, sin caer sin embargo en lo gratuito (aunque si en lo explícito, marca de la casa).
Es lo bueno del cine de Verhoeven, que si tiene que aparecer un desnudo aparecerá, y si tiene que mostrar una violación o una explosión de violencia desatada, cruel y real, la desatará. Es impagable la escena en la que la protagonista se está tiñendo el vello púbico de rubio, para que no desentone con su cabello igualmente teñido que oculta su moreno natural, mientras planea con otro miembro de la resistencia como va infiltrarse, y a mitad de proceso siente el molesto escozor del amoniaco del tinte. O las fiestas en la sede del partido nazi que desembocan en orgías desatadas, más salvajes según se acerca el momento de la derrota final, decadentes y desesperadas. O la cadena de vejaciones de la que es víctima la protagonista cuando es hecha prisionera tras el armisticio y tomada por espía nazi, culminada por un autentico baño en las inmundicias del alma humana. Verhoeven mantiene esa marca de casa sin resultar estridente, añadiendo sutilidades nada sutiles a una historia poco complaciente con ninguno de los bandos, algo que la diferencia a sobremanera del resto de historias similares a lo largo del género, y brilla como un diamante necesario para revitalizar la filmografía del director.
Con un ritmo donde no hay espacio para la meditación ni el drama intimista, sacrificándola un tanto a la actividad e intranquilidad de un país ocupado, y a pesar de una primera media hora un tanto confusa, la historia empieza metida en situación, lo que obliga al espectador a introducirse sobre la marcha, algo arriesgado para el espectador poco familiarizado con el contexto histórico, pero que resuelve su planteamiento de manera brillante y con un arranque directo y sin concesiones. El retrato de la resistencia no es complaciente, y tampoco se sataniza a los miembros del partido nazi, aunque hay extremos que inequívocamente han de hacer aparición para desarrollar la trama y hacer avanzar las vicisitudes e intrigas dentro de la infiltración, una intriga muy bien rodada, un poco al estilo Hitchcock, efectiva y decisiva.
Uno de sus grandes aciertos es el casting, compuesto por actores holandeses y alemanes casi desconocidos en nuestro país, pero que le otorgan una veracidad y un dramatismo más intenso aún, al no tener el handicap de la estrella de turno y saber que este no morirá.
El peso de la película cae sobre Carice van Houten, actriz teatral holandesa, que interpreta a Rachel Stein, la cantante judía que se une a la resistencia, y que en realidad está basado en tres personajes reales del momento: dos combatientes de la resistencia, Séme van Eeghen y Kitty ten Have, y la artista Dora Paulsen. Y lo cierto es que sale airosa del reto con creces; es completamente el rostro de la cinta, por su belleza inherente y su derroche de encanto, tristeza, impotencia o peligro mediante una mirada potente y penetrante. Como la fuerza del personaje, que reside en su carácter, su fortaleza disfrazada de cierta frivolidad que se quiebra hacía el final de la película, un personaje que no se puede ni siquiera llorar por la pérdida de toda su familia, y que contenida y rabiosa, se mantiene en cada situación en una mezcla de dignidad y cachorro acorralado, hasta una explosión final donde su fe en el ser humano quedará muy mermada y su vida marcada por un conflicto que es realidad no acabará nunca, para ella. Por una serie de vicisitudes, la que es una judía perseguida por el nazismo, se verá igualmente perseguida por su propio bando y traicionada por aquellos en los que más confiaba, y solo apoyada momentáneamente en quien poco antes era su enemigo.
Otro personaje interesante es el de Ronnie, secretaria compañera de la protagonista, interpretada por Halina Reijn, que representa a esas personas sin convicciones políticas reales y que se acoplaban al viento que mejor les mecía, trabajando para los nazis y participando en su fiestas, devaneos y orgías, sin ser realmente nazis ni estar afiliadas al partido, y que al final de la guerra fueron apresadas y tratadas con más crueldad incluso que a los propios nazis debido a su carácter de traidores, o bien supieron amoldarse a la nueva situación sin remordimientos, simplemente por instinto de supervivencia. Y sin embargo, se permite un matiz en un momento dado de la trama que deja al espectador intrigado y reflexivo a la vez.
El resto del elenco se completa con Sebastián Koch, actor alemán de cierto prestigio gracias a sus intervenciones en La Vida de los Otros o Amén, en la piel del oficial nazi al que la protagonista ha de espiar, rico en matices y no todo lo fanático que cabía esperar de este tipo de personajes, y Tom Hoffman que encarna a un combativo miembro de la resistencia, líder militar leal a la reina de Holanda, entregado y resolutivo, pero igualmente gris y eclipsado en sus convicciones.
Únicamente la película peca de ciertos tics tramposos herencia de la etapa hollywoodense del director, que aunque chirrían en el momento del visionado, se olvidan por la buena factura del conjunto, y un personaje desdibujado y prescindible, un religioso miembro de la resistencia que protagoniza un momento que debía ser de tensión, el secuestro de un supuesto traidor y su intento de huida, y viendo que un compañero esta a punto de perecer, no es capaz de disparar su arma y queda paralizado, hasta que el traidor exclama un juramento en vano y solo en ese momento se decide a dispararlo al grito de ¡ha blasfemado, ha blasfemado!, quedando convertido en una bochornosa pantomima inicialmente con ninguna intención cómica pero irrisoria en todo caso, que por suerte se olvida pronto.
En definitiva, un complejo tapiz de las reacciones humanas en una situación de guerra, vista desde el punto de vista de judíos, nazis y holandeses, rodada con un estilo clásico y sin embargo fresco en el panorama actual cinematográfico, efectiva, cínica y personal de acuerdo a la trayectoria del director holandés. Si es este el comienzo de una nueva etapa vernácula del director del país de los tulipanes, alejado de la maquinaria fagocitaria americana, nos deparará no pocas satisfacciones cuando las luces se apaguen en la sala y la moviola empiece a navegar delante de nuestros ojos.