En su faceta como director, el también actor Sean Penn ha decidido conducir su carrera por unos derroteros similares a los de su trayectoria como interprete, alejándose de productos alimenticios y dejando un impronta de denuncia e implicación, con obras cuya reflexión posterior a su visionado no permite quedarse en blanco y una ideas y conceptos muy definidos se revuelven en el cerebro del espectador como una digestión de complicado desarrollo, aunque satisfactoria resolución.
En Hacia rutas salvajes, Penn toma como base el libro homónimo de John Krakauer, ampliación de su propio artículo para la revista de alpinismo Outside sobre la peripecia vital de Chris McCandless, un joven de buena familia y prometedora carrera universitaria, que con 22 años, harto de las convenciones sociales y fuertemente influenciado por la obra literaria de Jack London, Dostoievski y Thoreau, decidió dejar todo de lado en 1992 para recorrer Estados Unidos como un vagabundo y llegar hasta Alaska, para vivir sin artificios y sin ningún contacto humano en plena naturaleza, enfrentarse a la llamada de lo salvaje y sobrevivir solo de aquello que cazara o recolectara.
El viaje iniciático hacia la madurez, la autenticidad de una vida austera y exenta de comodidades, dinero y todo avance tecnológico (e incluso técnico), y el tránsito intelectual en base a unos principios opuestos a toda idea de sociedad, son los elementos con los que Sean Penn elabora un guión que ensalza la hazaña de MacCandless, y consigue la identificación del espectador con un personaje que tal vez de otra manera mostrado podría llegar a ser antipático. La interpretación y el carisma del actor protagonista, Emile Hirsch como Chris McCandless, ayuda a esa empatización, dulcificando un poco la relación con los personajes que se encuentra en su periplo para convertirlo en casi un icono según la situación, pero no por ello menos efectivo como protagonista. Teniendo en cuenta que gran parte del metraje está solo, sin más compañía que un viejo autobús abandonado y la fauna y flora de Alaska, la labor de Hirsch resulta notable, sosteniendo la historia sin caer en el cansancio y manteniendo el Tour de force hacía una inevitable decadencia física (algo enturbiada hacía el final por una labor algo barroca de maquillaje), y a un clímax marcado por el idealismo y la radicalidad de los principios del personaje, dejando de lado problemas en los que sí ahonda el libro, como son la falta de preparación y planificación del personaje de real en su intención, y una peligrosa ausencia de sentido común en alguna de sus decisiones. La película no busca analizar las consecuencias de esas decisiones, ni criticar el como de su ejecución, como hacía Werner Herzog en Grizzly Man, en una historia con algunas similitudes argumentales. La historia escogida por Penn extrae la esencia idealizada y la limpia de restos de inconsciencia e indolencia a esa misma naturaleza tan admirada, para elaborar un discurso más cercano a la utopía teórica, de inevitable final trágico, pero inequívocos principios morales y vitales, casi como excusa para un ejercicio de plasmación en imágenes de los mismos principios de los autores literarios e ideólogos a los que el propio McCandless admiraba y tenía como guía, no limitándose a una adaptación fidedigna del libro originario (y con todo, toma elementos propios de este, como la no sucesión cronológica de los hechos que acontecen, y un hilo narrativo basado en las emociones puntuales del personaje y las conexiones intrínsecas, y no en una comprensión lineal del recorrido), si no una conceptualización global de proporciones más educativas y sublimadas que puramente documentales. En lugar de ser fiel a los hechos, Penn ha sido fiel a las ideas.
La idealización del periplo del personaje no es obstáculo para una narración ágil y provista del ritmo propio que la historia necesita. No estamos ante una película de acción, con lo que el tempo viene marcado por las emociones de los personajes y la magnificencia de un paisaje igualmente protagonista, una América árida y desértica y una Alaska exuberante y amenazante, que envuelven el viaje con el tinte épico e iniciático que necesita la intención final del autor. La fotografía de Eric Gautier es un rasgo ineludible del conjunto final, donde los paisajes lucen en todo su esplendor y toda su magnificencia y grandiosidad natural, desde el rojizo desierto a los verdes parajes de una Alaska estival, o las nieves implacables del extremo norte.
Esa naturaleza escenario de las idas y venidas de Alexander Supertramp, pseudónimo que toma el protagonista al desatarse de su vida anterior y quemar su documentación, puede considerarse parte del elenco de secundarios que pueblan el viaje, sin los que este se vería algo deslucido y estructuralmente frágil. Estos personajes que pueblan la trayectoria de McCandless representan una de las cosas de las que huye nuestro personaje, las ataduras emocionales que le impidan su propósito de llegar a Alaska. Si abandona su rol de hijo, de hermano (a pesar de mantener un liviano hilo de relación con su hermana a través de una correspondencia errática y aperiódica), será con los desconocidos del camino con los que los asumirá sin querer, al menos conscientemente, casi de manera ejemplar, ciertos roles afectivos de los que pretende alejarse, dejando además una huella indeleble en sus personalidades, configurando incluso en algunos casos nuevos rasgos del carácter de cada uno de ellos. Él se ve enriquecido con ellos, sí, pero es mucho más importante la impronta que deja en los demás, convirtiéndose en casi un icono para cada uno de ellos, un icono que rehúsa de serlo en cuanto nota los primeros síntomas de implicación emocional, pero que con su huida no hace sino mitificar más su presencia en sus vidas.
Catherine Keener es una hippie motorizada que viaja con su novio, y que ambos quedan fascinados con la figura del joven vagabundo. Ella además ve en él al hijo con el que ha perdido contacto, y que se haya en una situación parecida a la del joven McCandless. Ella representará la visión más maternal, y le pondrá sobre la mesa las consecuencias de sus decisiones para con su familia, por mucho que el diga que no la tiene, o al menos, que no la considera. Vince Vaughn (en una actuación que supera a su habitual mediocridad), es un trabajador del medio oeste con el que el protagonista entabla una amistad esencialmente masculina, reflejo de la amistad plasmada en los relatos de London, una camaradería que en realidad será momentánea, por el carácter obsesivo con Alaska del protagonista, y al que admirará por su anarquía personal y alejada de la sociedad habitual. Su correspondencia postal con él será una importante guía para conocer los pasos del joven en su peregrinación a las tierras del norte. Kristen Stewart, antes de embarcarse en la comercial saga de Crepúsculo, es la fascinación amorosa adolescente que tal vez pudiera tentarlo, el enamoramiento más puro y la posibilidad de un establecimiento emocional, pero precisamente por ello, difícil de asumir por nuestro protagonista. Y finalmente, la actuación de Hal Holbrook, que le valió una nominación al Oscar como actor secundario en un papel de anciano desencantado, que ve la luz de la esperanza en el joven vagabundo, y que queda prendado de sus ganas de vivir, algo de lo que él carece debido a una tragedia familiar. Solo, viendo como se acercan sus últimos días, McCandless representa para él el futuro, no solo a un nivel filial, casi como un hijo, si no también el reflejo de si mismo antes del drama que lo puso en el camino de la bebida y la desesperanza vital. Será el último que vea McCandless antes de su marcha a Alaska, la última oportunidad del protagonista de establecer un vínculo realmente emocional, y el que naturalmente rechaza siguiendo sus prefectos.
William Hurt y Marcia Gay Harden son sus padres biológicos, matrimonio disfuncional pero de fachada aparentemente intachable, a los que culpa de no tener principios y a los que abandona junto a su hermana, a la que realmente aprecia, pero que no resulta suficiente como para hacerlo permanecer a su lado en un hogar poco entrañable. Aunque son retratados de manera poco favorecedora, son el punto de dualidad moral, los abandonados por el idealista y los que hacen tambalear los cimientos morales de la decisión de McCandless de marchar sin rumbo y sin aviso alguno. Pero es cierto, que debido al carácter idealizado de la historia, queda enturbiada esta relación y no resulta importante en la línea narrativa, si no es solo como pretexto para poner de manifiesto el desencanto del joven protagonista y jugar con el sempiterno enfrentamiento padre-hijo, y el rechazo a todo lo que representa, justa o injustamente.
La narración hace uso incluso de juegos visuales, como en el que en uno de sus estados más vagabundos contempla en un bar lo que podría haber sido de haber continuado su aparente trayectoria vital y se transpone su propia imagen a lo que ve, subrayan los orígenes de sus principios y se nos plantea al espectador como un acto inevitable e incluso digno de admirar, llegando a la fibra sensible de todo aquel con un mínimo de sentido de la libertad. En ocasiones la cámara hace acto de inclusión como un ente más en la historia, y Hirsch interactúa con ella, en una improvisación del actor, poniendo el acento en ciertos aspectos joviales del protagonista (que no olvidemos que no se trata de un drama desde su punto de vista, él consigue lo que quiere, y es muy feliz con ello).
Estos estados de ánimo, o momentos puntuales de exaltación del idealismo o el paisaje de Alaska, son remarcados por la música original de Eddie Vedder, cantante y guitarrista del grupo Pearl Jam, de trayectoria independiente y lejos de concesiones comerciales (similar a un Neil Young de la generación de Kurt Cobain), que compone una serie de temas (con letra la mayoría, aunque no faltan los meramente instrumentales) dotados de su poderosa guitarra, que mitifican aún más la hazaña del protagonista, pero en enfatizan muy solventemente, dejando incluso melodías que permanecen en la mente del espectador tras el visionado de la cinta, y que por si solas mantienen la garra suficiente que se le suponen en la película. El tema Hard Sun es un buen ejemplo, tal vez el más representativo de todo el álbum de la banda sonora.
Y es que como afirmábamos en el inicio de este comentario, el coctel de idealismo que se nos plantea agita los cimientos de una realidad que asumimos como inamovible, y que sin embargo es frágil como cualquier estado emocional. El replanteamiento de que la rutina que comienza con el, a menudo exasperante, timbre del despertador, no es más que una convención que hemos tomado como cimientos de un modo de vida y no una realidad firme, que esas decisiones son tan fáciles de quebrantar como un papel de fumar y que verdaderamente solo depende de nosotros mismos el abandonarla y perseguir un sueño que hemos enterrado con frustración y una desagradable patina de banalidad pegajosa. Que no tenemos porque seguir la esclavitud de un camino marcado por otros y que nuestro destino solo está definido por nuestras decisiones, son algunas de las ideas que Sean Penn pone sobre la mesa con un cine comprometido, narrativo y bello en su ejecución, pero con un poso subyacente que busca hacerte pensar y replantearte lo que normalmente asumimos como impensable, con una reescritura de nuestros principios vitales.
Esto siempre y cuando tengamos la tecla necesaria en nuestro subconsciente lista para ser pulsada, claro, y seamos receptivos al viento que nos golpea en la cara y nos espabila para que podamos ver que, delante de nosotros, tan solo está el mundo entero a nuestra disposición.
En Hacia rutas salvajes, Penn toma como base el libro homónimo de John Krakauer, ampliación de su propio artículo para la revista de alpinismo Outside sobre la peripecia vital de Chris McCandless, un joven de buena familia y prometedora carrera universitaria, que con 22 años, harto de las convenciones sociales y fuertemente influenciado por la obra literaria de Jack London, Dostoievski y Thoreau, decidió dejar todo de lado en 1992 para recorrer Estados Unidos como un vagabundo y llegar hasta Alaska, para vivir sin artificios y sin ningún contacto humano en plena naturaleza, enfrentarse a la llamada de lo salvaje y sobrevivir solo de aquello que cazara o recolectara.
El viaje iniciático hacia la madurez, la autenticidad de una vida austera y exenta de comodidades, dinero y todo avance tecnológico (e incluso técnico), y el tránsito intelectual en base a unos principios opuestos a toda idea de sociedad, son los elementos con los que Sean Penn elabora un guión que ensalza la hazaña de MacCandless, y consigue la identificación del espectador con un personaje que tal vez de otra manera mostrado podría llegar a ser antipático. La interpretación y el carisma del actor protagonista, Emile Hirsch como Chris McCandless, ayuda a esa empatización, dulcificando un poco la relación con los personajes que se encuentra en su periplo para convertirlo en casi un icono según la situación, pero no por ello menos efectivo como protagonista. Teniendo en cuenta que gran parte del metraje está solo, sin más compañía que un viejo autobús abandonado y la fauna y flora de Alaska, la labor de Hirsch resulta notable, sosteniendo la historia sin caer en el cansancio y manteniendo el Tour de force hacía una inevitable decadencia física (algo enturbiada hacía el final por una labor algo barroca de maquillaje), y a un clímax marcado por el idealismo y la radicalidad de los principios del personaje, dejando de lado problemas en los que sí ahonda el libro, como son la falta de preparación y planificación del personaje de real en su intención, y una peligrosa ausencia de sentido común en alguna de sus decisiones. La película no busca analizar las consecuencias de esas decisiones, ni criticar el como de su ejecución, como hacía Werner Herzog en Grizzly Man, en una historia con algunas similitudes argumentales. La historia escogida por Penn extrae la esencia idealizada y la limpia de restos de inconsciencia e indolencia a esa misma naturaleza tan admirada, para elaborar un discurso más cercano a la utopía teórica, de inevitable final trágico, pero inequívocos principios morales y vitales, casi como excusa para un ejercicio de plasmación en imágenes de los mismos principios de los autores literarios e ideólogos a los que el propio McCandless admiraba y tenía como guía, no limitándose a una adaptación fidedigna del libro originario (y con todo, toma elementos propios de este, como la no sucesión cronológica de los hechos que acontecen, y un hilo narrativo basado en las emociones puntuales del personaje y las conexiones intrínsecas, y no en una comprensión lineal del recorrido), si no una conceptualización global de proporciones más educativas y sublimadas que puramente documentales. En lugar de ser fiel a los hechos, Penn ha sido fiel a las ideas.
La idealización del periplo del personaje no es obstáculo para una narración ágil y provista del ritmo propio que la historia necesita. No estamos ante una película de acción, con lo que el tempo viene marcado por las emociones de los personajes y la magnificencia de un paisaje igualmente protagonista, una América árida y desértica y una Alaska exuberante y amenazante, que envuelven el viaje con el tinte épico e iniciático que necesita la intención final del autor. La fotografía de Eric Gautier es un rasgo ineludible del conjunto final, donde los paisajes lucen en todo su esplendor y toda su magnificencia y grandiosidad natural, desde el rojizo desierto a los verdes parajes de una Alaska estival, o las nieves implacables del extremo norte.
Esa naturaleza escenario de las idas y venidas de Alexander Supertramp, pseudónimo que toma el protagonista al desatarse de su vida anterior y quemar su documentación, puede considerarse parte del elenco de secundarios que pueblan el viaje, sin los que este se vería algo deslucido y estructuralmente frágil. Estos personajes que pueblan la trayectoria de McCandless representan una de las cosas de las que huye nuestro personaje, las ataduras emocionales que le impidan su propósito de llegar a Alaska. Si abandona su rol de hijo, de hermano (a pesar de mantener un liviano hilo de relación con su hermana a través de una correspondencia errática y aperiódica), será con los desconocidos del camino con los que los asumirá sin querer, al menos conscientemente, casi de manera ejemplar, ciertos roles afectivos de los que pretende alejarse, dejando además una huella indeleble en sus personalidades, configurando incluso en algunos casos nuevos rasgos del carácter de cada uno de ellos. Él se ve enriquecido con ellos, sí, pero es mucho más importante la impronta que deja en los demás, convirtiéndose en casi un icono para cada uno de ellos, un icono que rehúsa de serlo en cuanto nota los primeros síntomas de implicación emocional, pero que con su huida no hace sino mitificar más su presencia en sus vidas.
Catherine Keener es una hippie motorizada que viaja con su novio, y que ambos quedan fascinados con la figura del joven vagabundo. Ella además ve en él al hijo con el que ha perdido contacto, y que se haya en una situación parecida a la del joven McCandless. Ella representará la visión más maternal, y le pondrá sobre la mesa las consecuencias de sus decisiones para con su familia, por mucho que el diga que no la tiene, o al menos, que no la considera. Vince Vaughn (en una actuación que supera a su habitual mediocridad), es un trabajador del medio oeste con el que el protagonista entabla una amistad esencialmente masculina, reflejo de la amistad plasmada en los relatos de London, una camaradería que en realidad será momentánea, por el carácter obsesivo con Alaska del protagonista, y al que admirará por su anarquía personal y alejada de la sociedad habitual. Su correspondencia postal con él será una importante guía para conocer los pasos del joven en su peregrinación a las tierras del norte. Kristen Stewart, antes de embarcarse en la comercial saga de Crepúsculo, es la fascinación amorosa adolescente que tal vez pudiera tentarlo, el enamoramiento más puro y la posibilidad de un establecimiento emocional, pero precisamente por ello, difícil de asumir por nuestro protagonista. Y finalmente, la actuación de Hal Holbrook, que le valió una nominación al Oscar como actor secundario en un papel de anciano desencantado, que ve la luz de la esperanza en el joven vagabundo, y que queda prendado de sus ganas de vivir, algo de lo que él carece debido a una tragedia familiar. Solo, viendo como se acercan sus últimos días, McCandless representa para él el futuro, no solo a un nivel filial, casi como un hijo, si no también el reflejo de si mismo antes del drama que lo puso en el camino de la bebida y la desesperanza vital. Será el último que vea McCandless antes de su marcha a Alaska, la última oportunidad del protagonista de establecer un vínculo realmente emocional, y el que naturalmente rechaza siguiendo sus prefectos.
William Hurt y Marcia Gay Harden son sus padres biológicos, matrimonio disfuncional pero de fachada aparentemente intachable, a los que culpa de no tener principios y a los que abandona junto a su hermana, a la que realmente aprecia, pero que no resulta suficiente como para hacerlo permanecer a su lado en un hogar poco entrañable. Aunque son retratados de manera poco favorecedora, son el punto de dualidad moral, los abandonados por el idealista y los que hacen tambalear los cimientos morales de la decisión de McCandless de marchar sin rumbo y sin aviso alguno. Pero es cierto, que debido al carácter idealizado de la historia, queda enturbiada esta relación y no resulta importante en la línea narrativa, si no es solo como pretexto para poner de manifiesto el desencanto del joven protagonista y jugar con el sempiterno enfrentamiento padre-hijo, y el rechazo a todo lo que representa, justa o injustamente.
La narración hace uso incluso de juegos visuales, como en el que en uno de sus estados más vagabundos contempla en un bar lo que podría haber sido de haber continuado su aparente trayectoria vital y se transpone su propia imagen a lo que ve, subrayan los orígenes de sus principios y se nos plantea al espectador como un acto inevitable e incluso digno de admirar, llegando a la fibra sensible de todo aquel con un mínimo de sentido de la libertad. En ocasiones la cámara hace acto de inclusión como un ente más en la historia, y Hirsch interactúa con ella, en una improvisación del actor, poniendo el acento en ciertos aspectos joviales del protagonista (que no olvidemos que no se trata de un drama desde su punto de vista, él consigue lo que quiere, y es muy feliz con ello).
Estos estados de ánimo, o momentos puntuales de exaltación del idealismo o el paisaje de Alaska, son remarcados por la música original de Eddie Vedder, cantante y guitarrista del grupo Pearl Jam, de trayectoria independiente y lejos de concesiones comerciales (similar a un Neil Young de la generación de Kurt Cobain), que compone una serie de temas (con letra la mayoría, aunque no faltan los meramente instrumentales) dotados de su poderosa guitarra, que mitifican aún más la hazaña del protagonista, pero en enfatizan muy solventemente, dejando incluso melodías que permanecen en la mente del espectador tras el visionado de la cinta, y que por si solas mantienen la garra suficiente que se le suponen en la película. El tema Hard Sun es un buen ejemplo, tal vez el más representativo de todo el álbum de la banda sonora.
Y es que como afirmábamos en el inicio de este comentario, el coctel de idealismo que se nos plantea agita los cimientos de una realidad que asumimos como inamovible, y que sin embargo es frágil como cualquier estado emocional. El replanteamiento de que la rutina que comienza con el, a menudo exasperante, timbre del despertador, no es más que una convención que hemos tomado como cimientos de un modo de vida y no una realidad firme, que esas decisiones son tan fáciles de quebrantar como un papel de fumar y que verdaderamente solo depende de nosotros mismos el abandonarla y perseguir un sueño que hemos enterrado con frustración y una desagradable patina de banalidad pegajosa. Que no tenemos porque seguir la esclavitud de un camino marcado por otros y que nuestro destino solo está definido por nuestras decisiones, son algunas de las ideas que Sean Penn pone sobre la mesa con un cine comprometido, narrativo y bello en su ejecución, pero con un poso subyacente que busca hacerte pensar y replantearte lo que normalmente asumimos como impensable, con una reescritura de nuestros principios vitales.
Esto siempre y cuando tengamos la tecla necesaria en nuestro subconsciente lista para ser pulsada, claro, y seamos receptivos al viento que nos golpea en la cara y nos espabila para que podamos ver que, delante de nosotros, tan solo está el mundo entero a nuestra disposición.
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