La inteligencia es relativa, reza el cartel de la película, y que gran verdad universal. Los hermanos Coen vuelven a hacerlo, una historia que en otras manos podría haber sido un drama queda convertido en una radiografía de nuestros días que, tras ser pasada por el tamiz de los hermanos, queda la esencia de la estupidez. Y la muestran con gran inteligencia, de ahí el mérito.
Un agente de la CIA, rebotado tras lo que considera un despido injusto, se dispone a sacar los trapos sucios de la agencia de inteligencia en unas polémicas memorias. Pero la mala suerte hace que se pierda el CD con ellas y vaya a parar a las manos de dos monitores de gimnasio con ambiciones mundanas. Todo se torcerá cuando el agente no acceda a sus demandas y la cosa se complique implicando a los rusos, un agente del tesoro y un sillón consolador…
Todo es posible en las películas de los hermanos Coen, y aquí no podía ser menos. En lo que podría cerrar una trilogía sobre la levedad del idiota en un mundo hostil, aunque no menos idiota, hipotéticamente formada por Arizona Baby, El Gran Lebowski y esta Burn after Reading (que suena mejor en su título original), los Coen retratan una verbena de perdedores vitales en una trama que les supera y pone a prueba su talento y habilidad para esquivar los golpes, cosa complicada si eres un idiota.
Hago hincapié en la referencia idiota de los personajes, pero hay muy poco de eso en el resto de la cinta y la factura de la misma. Un guión redondo que no deja cabos sin atar y que no toma al espectador por tonto hace que la trama avance aparentemente por el azar de los personajes, aunque sus engranajes marchen tan bien engrasados como los de un buen reloj. Un principio y un final que cierra cada destino de los personajes, acorde a como los hemos visto evolucionar, aunque no por ellos previsible y ni por asomo convencional. Es una comedia, con tintes dramáticos, que hace reír no por las monerías del histrión de turno, sino con las armas del absurdo y el humor negro que tan bien manejan los hermanos de Minneapolis. Todo es posible desde el momento en que la mira mundial se centra en el destino de un punto de este bobo mundo.
Tiene el inconfundible “toque” Coen, con una situaciones y personajes que bien se puede reconocer como propios, y un ritmo ya desarrollado en sus anteriores cintas, con sobresaltos de explosiones de violencia que hacen avanzar la trama, y lo rocambolesco de la situación y sus consecuencias con el sello marca de la casa. La Paranoia, la trivialización de lo que supuestamente depende la seguridad mundial y la muerte conforman el zoológico humano de los que nadan en las aguas de sus egoísmos y naderías, siempre con la especia esencial del absurdo como patina de toda su existencia.
Si bien el guión no tiene fisuras y encaja como un puzzle desquiciado, la cinta no sería la misma si no fuera por un elenco en estado de gracia y cuya comicidad y dramatismo solo son distinguibles según el ángulo desde los mires.
John Malkovich es el agente despechado, un tipo cretino acomodado y aparente triunfador que esconde a un perdedor nada satisfecho con el mundo que le rodea. Piensa que se ha pasado toda la vida luchando contra la estupidez, como el mismo proclama en un acto de completo desvarío, sin haberse mirado al espejo y descubrir que no esta tan alejado de su objetivo. Tras el despecho de su despido, la escritura de sus memorias y la entrega a la etílica botella conformarán su nuevo mapa vital.
Su mujer, Tilda Swinton, una “zorra fría y calculadora”, conoce bien la verdadera naturaleza de su marido y llega a cuestionarse la propia validez de su matrimonio una vez descubre el despido de este y sus intenciones a posteriori. Ella a su vez se la pega con George Clooney, un agente del tesoro con pistola por exigencias del puesto, que no ha usado jamás (ni pretende), pero que utiliza para impresionar a las múltiples féminas con las que mantiene relaciones a través de las páginas de contactos de Internet, para satisfacer sus delirios donjuanescos. Mientras ella, que en el fondo es la más inteligente, analiza su realidad y actúa según sus intereses sin remordimiento alguno, él no es más que una víctima de su propia condición, y el resultado de la esa realidad trastocada le desquiciará por completo. La comicidad de Clooney queda fuera de duda en una actuación hilarante, sin caer en la pantomima aunque sin olvidar su naturaleza de dibujo animado
Los perdedores que ven la luz al encontrar las memorias del espía son Frances McDormand y Brad Pitt, dos monitores de gimnasio torpes, aunque entrañables, que no ven del mundo más que un par de metros por delante y que cuando quieren ver más allá, su miopía congénita les hace desvariar y jugar en una liga que les viene grande. McDormand no resalta especialmente, básicamente porque es la enésima colaboración con los Coen (no en vano es esposa de uno de ellos, Joel), y sabe perfectamente lo que quieren de ella. Pone el piloto automático, y si funciona, como es el caso, para que cambiarlo. Brad Pitt sin embargo explota en su vis cómica con un personaje redondo, alelado, casi una caricatura de si mismo que retrata con éxito y que logra la complicidad del espectador prácticamente desde su primera escena. Se ha considerado esta la mejor actuación de la película, pero lo cierto es que el nivel de todos es muy alto, y la de la Pitt es, quizá, la más pantomímica y acorde con la propia imagen que el intérprete estadounidense puede proyectar. Se ríe de sí mismo, y con ganas.
Mención especial para J.K Simmons y David Rasche, dirigentes de la CIA, que son el verbo de la mirada del espectador, y que con sus comentarios tratan de dar sentido a las vicisitudes de los protagonistas, arrancando las carcajadas más sonoras con sus descripciones de lo absurdo de la situación, y que dualmente, demuestran lo simples que pueden llegar a ser las mentes de los que dirigen los tejemanejes del mundo y la levedad de ciertas decisiones siniestras.
Es este un recurso muy inteligente de los Coen, que dejan que parte de la acción sea narrada por estos dos guías, dotándolas de un absurdo aún más desquiciado, y haciendo de estos diálogos confundidos no una mera repetición de lo visto, sino el complemento esencial para entender toda la trama, un poco liosa para el profano, aunque bien encajada una vez se ve la ilustración completa.
La pluralidad del casting es una de las señas de la película, que ya desde el cartel juega con la estética de su propia enumeración. Homenaje a la estética de Saul Bass para Hitchcock y sus películas de espías, con una estética setentera y cool, que le sienta muy bien al concepto, sin ser nada más que un adorno de estilismo.
La banda sonora de Carter Burwell acentúa esa épica de la historia, exagerando la importancia de las acciones de los protagonistas, ironizando con ello en varias ocasiones y acentuando la trascendencia de una u otra escena. Con poca entidad, quizá, en una escucha exenta, cierto es que acompaña a las imágenes como un guante de látex, en un nuevo ejercicio de montaje que demuestra de nuevo que los Coen saben muy bien como y qué historia quieren contar, utilizando las armas exactas necesarias, sin que sobre o falte nada.
Un agente de la CIA, rebotado tras lo que considera un despido injusto, se dispone a sacar los trapos sucios de la agencia de inteligencia en unas polémicas memorias. Pero la mala suerte hace que se pierda el CD con ellas y vaya a parar a las manos de dos monitores de gimnasio con ambiciones mundanas. Todo se torcerá cuando el agente no acceda a sus demandas y la cosa se complique implicando a los rusos, un agente del tesoro y un sillón consolador…
Todo es posible en las películas de los hermanos Coen, y aquí no podía ser menos. En lo que podría cerrar una trilogía sobre la levedad del idiota en un mundo hostil, aunque no menos idiota, hipotéticamente formada por Arizona Baby, El Gran Lebowski y esta Burn after Reading (que suena mejor en su título original), los Coen retratan una verbena de perdedores vitales en una trama que les supera y pone a prueba su talento y habilidad para esquivar los golpes, cosa complicada si eres un idiota.
Hago hincapié en la referencia idiota de los personajes, pero hay muy poco de eso en el resto de la cinta y la factura de la misma. Un guión redondo que no deja cabos sin atar y que no toma al espectador por tonto hace que la trama avance aparentemente por el azar de los personajes, aunque sus engranajes marchen tan bien engrasados como los de un buen reloj. Un principio y un final que cierra cada destino de los personajes, acorde a como los hemos visto evolucionar, aunque no por ellos previsible y ni por asomo convencional. Es una comedia, con tintes dramáticos, que hace reír no por las monerías del histrión de turno, sino con las armas del absurdo y el humor negro que tan bien manejan los hermanos de Minneapolis. Todo es posible desde el momento en que la mira mundial se centra en el destino de un punto de este bobo mundo.
Tiene el inconfundible “toque” Coen, con una situaciones y personajes que bien se puede reconocer como propios, y un ritmo ya desarrollado en sus anteriores cintas, con sobresaltos de explosiones de violencia que hacen avanzar la trama, y lo rocambolesco de la situación y sus consecuencias con el sello marca de la casa. La Paranoia, la trivialización de lo que supuestamente depende la seguridad mundial y la muerte conforman el zoológico humano de los que nadan en las aguas de sus egoísmos y naderías, siempre con la especia esencial del absurdo como patina de toda su existencia.
Si bien el guión no tiene fisuras y encaja como un puzzle desquiciado, la cinta no sería la misma si no fuera por un elenco en estado de gracia y cuya comicidad y dramatismo solo son distinguibles según el ángulo desde los mires.
John Malkovich es el agente despechado, un tipo cretino acomodado y aparente triunfador que esconde a un perdedor nada satisfecho con el mundo que le rodea. Piensa que se ha pasado toda la vida luchando contra la estupidez, como el mismo proclama en un acto de completo desvarío, sin haberse mirado al espejo y descubrir que no esta tan alejado de su objetivo. Tras el despecho de su despido, la escritura de sus memorias y la entrega a la etílica botella conformarán su nuevo mapa vital.
Su mujer, Tilda Swinton, una “zorra fría y calculadora”, conoce bien la verdadera naturaleza de su marido y llega a cuestionarse la propia validez de su matrimonio una vez descubre el despido de este y sus intenciones a posteriori. Ella a su vez se la pega con George Clooney, un agente del tesoro con pistola por exigencias del puesto, que no ha usado jamás (ni pretende), pero que utiliza para impresionar a las múltiples féminas con las que mantiene relaciones a través de las páginas de contactos de Internet, para satisfacer sus delirios donjuanescos. Mientras ella, que en el fondo es la más inteligente, analiza su realidad y actúa según sus intereses sin remordimiento alguno, él no es más que una víctima de su propia condición, y el resultado de la esa realidad trastocada le desquiciará por completo. La comicidad de Clooney queda fuera de duda en una actuación hilarante, sin caer en la pantomima aunque sin olvidar su naturaleza de dibujo animado
Los perdedores que ven la luz al encontrar las memorias del espía son Frances McDormand y Brad Pitt, dos monitores de gimnasio torpes, aunque entrañables, que no ven del mundo más que un par de metros por delante y que cuando quieren ver más allá, su miopía congénita les hace desvariar y jugar en una liga que les viene grande. McDormand no resalta especialmente, básicamente porque es la enésima colaboración con los Coen (no en vano es esposa de uno de ellos, Joel), y sabe perfectamente lo que quieren de ella. Pone el piloto automático, y si funciona, como es el caso, para que cambiarlo. Brad Pitt sin embargo explota en su vis cómica con un personaje redondo, alelado, casi una caricatura de si mismo que retrata con éxito y que logra la complicidad del espectador prácticamente desde su primera escena. Se ha considerado esta la mejor actuación de la película, pero lo cierto es que el nivel de todos es muy alto, y la de la Pitt es, quizá, la más pantomímica y acorde con la propia imagen que el intérprete estadounidense puede proyectar. Se ríe de sí mismo, y con ganas.
Mención especial para J.K Simmons y David Rasche, dirigentes de la CIA, que son el verbo de la mirada del espectador, y que con sus comentarios tratan de dar sentido a las vicisitudes de los protagonistas, arrancando las carcajadas más sonoras con sus descripciones de lo absurdo de la situación, y que dualmente, demuestran lo simples que pueden llegar a ser las mentes de los que dirigen los tejemanejes del mundo y la levedad de ciertas decisiones siniestras.
Es este un recurso muy inteligente de los Coen, que dejan que parte de la acción sea narrada por estos dos guías, dotándolas de un absurdo aún más desquiciado, y haciendo de estos diálogos confundidos no una mera repetición de lo visto, sino el complemento esencial para entender toda la trama, un poco liosa para el profano, aunque bien encajada una vez se ve la ilustración completa.
La pluralidad del casting es una de las señas de la película, que ya desde el cartel juega con la estética de su propia enumeración. Homenaje a la estética de Saul Bass para Hitchcock y sus películas de espías, con una estética setentera y cool, que le sienta muy bien al concepto, sin ser nada más que un adorno de estilismo.
La banda sonora de Carter Burwell acentúa esa épica de la historia, exagerando la importancia de las acciones de los protagonistas, ironizando con ello en varias ocasiones y acentuando la trascendencia de una u otra escena. Con poca entidad, quizá, en una escucha exenta, cierto es que acompaña a las imágenes como un guante de látex, en un nuevo ejercicio de montaje que demuestra de nuevo que los Coen saben muy bien como y qué historia quieren contar, utilizando las armas exactas necesarias, sin que sobre o falte nada.
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