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12 de febrero de 2008

Sunshine, nunca más cerca del sol

Y con riesgo de quemarse, ya que como las alas de Ícaro, la cera que unía sus alas finalmente se derritió, y sus alas se deshicieron, haciéndole caer al vacío. Danny Boyle no es Ícaro, pero poco le falta, ya que Sunshine quiere volar demasiado cerca del sol, y cuando lo hace, se le derriten un poco los finos mecanismos que unen argumento y guión, si bien es cierto que en vez de caer, levanta un poco el vuelo al menos como para tener un aterrizaje no demasiado accidentado.
El Sol se apaga, en un futuro hipotético dentro de 50 años, y la tierra esta condenada a desaparecer en un invierno eterno, a menos que los seleccionados tripulantes de la Ícaro II hagan explosionar la mayor bomba nuclear jamás fabricada por el hombre con la que portan hacía el mismo sol, y que lo reactivará, manteniendo la vida sobre la tierra. Pero la sombra del fracaso y de la última oportunidad planea sobre ellos, ya que siete años antes, la Ícaro I intentó lo mismo y se perdieron comunicaciones con ella antes de consumar su misión.
Con un argumento atractivo (cuestionable a nivel científico, ya que si el sol se agota, lo primero que haría es implosionar, borrando toda huella de la existencia de la tierra y el Sistema Solar al completo en el Universo, pero entretenido y efectivo), y una puesta en escena directa y clara, Sunshine empieza como una muestra de Ciencia Ficción Hard (aquella que se sustenta en la seriedad de sus planteamientos y desarrollo, con numerosos datos y aparente verisimilitud en su propuesta), que engancha con una presentación de personajes brillante y completa, pudiendo analizar la visión de cada uno y la forma de enfrentarse a una responsabilidad tan mayúscula como es la supervivencia del planeta entero, con todos los problemas que ello conlleva, tanto filosóficos como físicos, en un carrusel de emociones contenidas y aplicaciones de su profesionalidad implacables, sin olvidar la naturaleza humana de aquellos que asumen tales actos, y sus muy humanas reacciones ante la adversidad, una posición de mando inesperada, o decisiones difíciles y desagradables aunque necesarias; en momentos recuerda a la exposición de datos de La Amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971), pasados por el tamiz de Solaris (la de Steven Soderbergh, de 2002).
Y es que si algo caracteriza la primera incursión de Boyle en la ciencia ficción, acompañado de su inefable Alex Garland (que ya trabajaron juntos en La Playa y 28 días después), es su multitud de referencias, que no menoscaban la calidad del producto final, ya que solo se inspira y no plagia en el espejo de sus predecesores, pero que nos marcarán las pautas de entendimiento de ciertos recursos. Se ha dicho por ahí que su principal fuente es 2001, Una Odisea del Espacio, de Kubrick, pero a parte de resultar pretencioso y falso, fruto de un visionado muy superficial, no es en absoluto demostrable, ya que el único nexo sería el concepto de viaje filosófico a un lugar origen de vida, y no se tratan de la misma manera. Boyle sabe coger la esencia de varios frasquitos, para obtener un sabor nuevo que se prueba con gusto.
Incluso en algunos tópicos del género, sabe darles la vuelta y reconvertirlos, como el militar interpretado por Chris Evans, que en un principio parece ser el cabeza cuadrada marcial de todas las misiones de este tipo, pero que al poco se revela como un tipo cuyas decisiones están basadas en la lógica y su resolución efectiva está fuera de duda.
El resto de personajes tienen su momento en el baile, como el sacrificado capitán interpretado por Hiroyuki Sanada, sobrio samurai que acepta su destino por el bien de la misión; el psicólogo encarnado por Cliff Curtis, el que más acusa el viaje al origen de la vida y a quien más afecta el sentirse tan cercano, llegando a convertirse en un verdadero adicto a la estimulación sensorial que ello produce; o la botánica Michelle Yeoh, quizá una de las más desaprovechadas, siendo casi una comparsa de los acontecimientos, y un espejo de las esperanzas y decepciones de la tripulación.
Cillian Murphy es el observador casi neutral (no en vano su personaje se llama como uno de los fotógrafos de guerra más célebres de todos los tiempos, que estuvo tanto en la Guerra Civil española como en el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial, Robert Capa), el más humano quizá, pero no solo el ojo del espectador, ya que con igualmente implacable lógica, acepta su camino, a pesar de las debilidades propias del género humano. Una, un poco desangelada, Rose Byrne, es la única de la tripulación que compartirá con él esa sensibilidad entre emocionada y responsable, más acorde con el pensar de nuestros días.
La misión transcurre con todos los pormenores propios del género, con los chorreos de datos físicos propios, la tensión palpable de saberse última esperanza, los inesperados accidentes y dificultades que se presentan (supera en resolución y consecución, aún con una atmósfera parecida, a ese producto fallido que fue Misión a Marte, de Brian de Palma), y un sentido del ritmo que hace que estemos pendientes de la pantalla de cualquier numerillo que se comente, hasta que un giro en los acontecimientos les hace tomar una decisión, a priori lógica y bien atendida, pero que se revelará como la perdición de la misión. Una llamada de socorro de la anterior nave ICARO I desestabilizará los principios de los tripulantes y sus decisiones.
Es aquí cuando la cosa cojea un tanto, y el cambio de tercio no es todo lo fluido que debiera, ya que de Solaris o Apolo XIII nos vamos a Horizonte Final, e incluso Alien, lo que, aunque es previsible según van los derroteros y mantiene el suspense como para interesarnos de verás en qué está ocurriendo, cambia el tono de la película completamente, resta coherencia al conjunto, aumenta la acción en pantalla, y se deja llevar por unas convenciones de género más rígidas, que la lastran en cuanto a originalidad y trascendencia, aunque siempre dentro de los límites del buen ojo de Boyle, que hasta en estos momentos sabe tocar los botones adecuados.
El pecado es responsabilidad de Garland, ya que es el guión el que propone una variante no prevista, pero que tampoco está justificada y literalmente está sacada de la manga, como es el advenimiento de cierto personaje avenido prácticamente en un monstruo hermano del Sam Neill desatado de Horizonte Final, que se carga de un plumazo mucha de la carga científica y seria que llevaba la cinta, para convertirse en un film de terror y desasosiego, bien filmado y con hallazgos visuales muy meritorios (ángulos adversos, pausas de tensión que causan desasosiego), muy plausible y valorable, pero que no es lo que nos habían vendido.
La dirección de Boyle se adapta al tono de cada segmento según conviene, sin dejar de lado su habituales perlas visuales experimentales (atención al desembarco en la Ícaro I, que con un pequeño recurso sutil como es el fotograma subliminal, es capaz de crear más tensión e incluso terror que muchas escenas gores juntas), y la interpretación de los actores es correcta y empática, pero es en el guión donde el conjunto flojea un tanto y no permite a la película ser la joya científica que podrá haber sido.
Supera a muchas de sus referencias, tomando lo mejor de ellas, pero el querer abarcar todas las películas espaciales en una la convierten en una zarzuela de sabores donde no puedes terminar de saborear cada uno de los manjares que desfilan delante de tus ojos. Con todo, dado el panorama actual, desataca como un diamante sin pulir y con muchas impurezas en su interior, pero diamante al fin y al cabo.

1 comentario:

karmotroncho dijo...

Muy buena exposición y análisis de la película. Has conseguido despertar aun más mi interés por esta peli, y además la veré sin esperar tampoco una obra maestra. Gracias.