Y el western tuvo su época de esplendor hasta que, como en los crepúsculos frente a los que meditaba John Wayne montado en su cansado caballo, el sol se puso y la noche cayó sobre el género. Tras el canto de cisne de Sam Peckinpah a principios de los 70’s, vino el letargo de un género solo iluminado por las llamas encendidas por Clint Eastwood, Kevin Costner, Lawrence Kasdan y Walter Hill, precisamente el que nos ocupa.
Alumno aventajado de Peckinpah, Hill es de los pocos directores que confiaba en el cine del oeste como algo donde todavía faltaba mucho que decir, y así lo hizo en la que posiblemente sea su mejor western, Forajidos de Leyenda (The Long Raiders). En ella explora a un personaje que ya había sido llevado al cine en numerosas ocasiones, el forajido Jesse James, veterano de guerra primero y asaltador de trenes después, que ya tuvo el rostro en el celuloide de Robert Wagner, Tyrone Power, Robert Duvall, o más recientemente Brad Pitt.
En esta ocasión, Hill busca el enfoque más realista posible, haciendo una película en ocasiones casi documental, donde el dramatismo de las escenas viene dado por la situación en sí y no por el énfasis de la actuación de los actores, alcanzando situaciones donde el estoicismo actoral representa muy bien lo que debía ser el estadounidense medio del mundo rural de la época, parco en palabras y frecuentemente analfabetos, y con esa sobriedad que otorga el trabajo en el campo y la sola influencia de la iglesia, el salón y el prostíbulo del pueblo en una vida monótona y austera de un país, no olvidemos, recién salido de una guerra civil.
Son precisamente estos, los excombatientes de la guerra de secesión americana los que luego serán los célebres bandidos de bancos y trenes que pueblan toda la literatura y cinematografía del género; soldados que se han quedado sin trabajo, sin poder hacer lo que mejor hacen, y que vuelven a un mundo que los rechaza y les da la espalda, mientras surge la fiebre del oro y las oportunidades al oeste del continente. Esta paradoja de situaciones provoca esta reacción de tiempos inestables y peligrosos, donde la vida pierde su valor a favor del dialogo entre revólveres como moneda de cambio.
Entre ellos, uno de los más célebres es Jesse James y su banda, compuesta por su hermano Frank, los hermanos Younger, los hermanos Miller, y más tarde los hermanos Ford. Aquí hay otro de los elementos de búsqueda de fidelidad de Hill, ya que cada grupo de hermanos está interpretado por actores hermanos en la vida real, que no solo se parecen, sino que adoptan comportamientos y actitudes que casan muy bien con los personajes reales, creando un díptico de identificación pocas veces logrado en el cine.
James Keach (poco prodigado en el cine) es Jesse James, y Stacy Keach (más conocido que su hermano, por la serie de TV Mike Hammer, entre otros trabajos) su hermano Frank. James lleva el peso de la película con su hierática actuación, por otra parte ideal para el personaje y su circunstancia, siendo el personaje que guía el argumento, aunque no el único ya que se trata de un filme coral donde sería difícil determinar el protagonismo, pero si donde la trama empieza y acaba. Stacy es su hermano siempre fiel, aún siendo testigo de algún que otro error y egoísmo por parte de este, siempre le seguirá hasta el final, incluso después de llegar el desenlace fatal.
David, Keith y Robert Carradine son los hermanos Younger, fieles seguidores de los James, pero victimas a su vez de ellos de la cerril persecución de la posteriormente célebre agencia de detectives Pinkerton. David y Keith no sorprenden en su habitual buen hacer, siendo David el cínico al que nos tiene acostumbrados, duro y letal aún vulnerable, y Keith el buen chico que pretende una vida normal, a pesar de tener un don innato con el revolver. Robert es el actor menos agraciado de los tres, interpretativamente y a lo que en recursos dramáticos se refiere, pero cumple como el inexperto hermano menor de los Younger.
Dennis y Randy Quaid son los hermanos Miller, de los que Randy es absoluto seguidor de los James hasta el último aliento, aunque precisamente esto le cueste el mismo, pero su hermano menor, encarnado por Dennis, no es el forajido nato que son los demás, y es expulsado de la banda por su torpeza y poco autocontrol, con lo que intentará llevar un vida normal siempre con el rencor escondido bajo al almohada.
Finalmente, los hermanos Ford están interpretados por Christopher y Nicholas Guest, que intentan formar una banda con un Jesse a punto de retirarse, habiendo sido anteriormente rechazados por la banda original, pero cuyo único objetivo es cobrar la recompensa por el asesinato del célebre asaltador de bancos.
Toda esa contención es latente en cada una de las actuaciones, incluyendo los personajes femeninos de la historia, las mujeres y madres de los protagonistas, victimas de la consecuencias de las acciones de los maridos e hijos, pero más aún de un sentimiento global de rebeldía que paradojicamente comparten y defienden como suyo, con actitudes casi masculinizadas, por su solvencia y determinación. Es aquí donde más se acusan los tics del director, en unos personajes femeninos poco desarrollados, pero finalmente efectivos y nuevamente reflejo de una época dura y complicada, decadente por su miseria y sin embargo germen de una prosperidad posterior que ellos nunca habían de ver.
El tono crepuscular del filme es evidente, en una fotografía elaborada y una ambientación histórica fidedigna y nada complaciente, que le queda como anillo al dedo al relato, ayudado por la otoñal partitura de Ry Cooder, integrada en la acción de la película en su mayor parte como música interpretada por personajes y siempre con instrumentos propios de la época, como banjos y violines. Son los momentos de silencio los que marcan la pauta del desarrollo, especialmente los silencios entre personajes, que les define y sitúa en sus decisiones, y un sonido de ambiente que suele ser él único acompañamiento de las escenas de acción.
Esta sin embargo no es gratuita ni abundante durante la cinta, pero si brutal e incluso lírica en donde la situación lo necesita. Es aquí donde las enseñanzas de Peckinpah y su influencia se deja notar palpablemente en el modo de rodar de Hill (no en vano este fue ayudante del gran Sam durante el rodaje de La Huida, The Getaway, 1972), sobretodo en una escena crucial donde un aparente y perfectamente planeado atraco a un banco se torna en emboscada y su posterior huida a cámara lenta, con sonido ambiente y de los disparos ralentizados igualmente, en un ballet brutal pero impactante, angustioso y apabullante, y toda una lección de espectacularidad vibrante culminado por un sostenido de cuerda de Cooder que cierra una escena, que sin temor a excedernos, podríamos calificar como de las definitivas del género y sello de final de una época, solo igualable a la contundencia y totalmente directa recta final de Sin Perdón (Clint Eastwood, 1992).
Con una duración muy ajustada (apenas 100 minutos), nada redundante y concisa sin dejar espacio para el tedio (virtud poco habitual en el género), Walter Hill teje el retrato definitivo de unos personajes y una época, alejado de todo el glamour anterior, y heredero de ese outsider que fue Sam Peckinpah, siendo el mejor homenaje que se le podía hacer al autodestructivo director que rodaba con pistola.
Alumno aventajado de Peckinpah, Hill es de los pocos directores que confiaba en el cine del oeste como algo donde todavía faltaba mucho que decir, y así lo hizo en la que posiblemente sea su mejor western, Forajidos de Leyenda (The Long Raiders). En ella explora a un personaje que ya había sido llevado al cine en numerosas ocasiones, el forajido Jesse James, veterano de guerra primero y asaltador de trenes después, que ya tuvo el rostro en el celuloide de Robert Wagner, Tyrone Power, Robert Duvall, o más recientemente Brad Pitt.
En esta ocasión, Hill busca el enfoque más realista posible, haciendo una película en ocasiones casi documental, donde el dramatismo de las escenas viene dado por la situación en sí y no por el énfasis de la actuación de los actores, alcanzando situaciones donde el estoicismo actoral representa muy bien lo que debía ser el estadounidense medio del mundo rural de la época, parco en palabras y frecuentemente analfabetos, y con esa sobriedad que otorga el trabajo en el campo y la sola influencia de la iglesia, el salón y el prostíbulo del pueblo en una vida monótona y austera de un país, no olvidemos, recién salido de una guerra civil.
Son precisamente estos, los excombatientes de la guerra de secesión americana los que luego serán los célebres bandidos de bancos y trenes que pueblan toda la literatura y cinematografía del género; soldados que se han quedado sin trabajo, sin poder hacer lo que mejor hacen, y que vuelven a un mundo que los rechaza y les da la espalda, mientras surge la fiebre del oro y las oportunidades al oeste del continente. Esta paradoja de situaciones provoca esta reacción de tiempos inestables y peligrosos, donde la vida pierde su valor a favor del dialogo entre revólveres como moneda de cambio.
Entre ellos, uno de los más célebres es Jesse James y su banda, compuesta por su hermano Frank, los hermanos Younger, los hermanos Miller, y más tarde los hermanos Ford. Aquí hay otro de los elementos de búsqueda de fidelidad de Hill, ya que cada grupo de hermanos está interpretado por actores hermanos en la vida real, que no solo se parecen, sino que adoptan comportamientos y actitudes que casan muy bien con los personajes reales, creando un díptico de identificación pocas veces logrado en el cine.
James Keach (poco prodigado en el cine) es Jesse James, y Stacy Keach (más conocido que su hermano, por la serie de TV Mike Hammer, entre otros trabajos) su hermano Frank. James lleva el peso de la película con su hierática actuación, por otra parte ideal para el personaje y su circunstancia, siendo el personaje que guía el argumento, aunque no el único ya que se trata de un filme coral donde sería difícil determinar el protagonismo, pero si donde la trama empieza y acaba. Stacy es su hermano siempre fiel, aún siendo testigo de algún que otro error y egoísmo por parte de este, siempre le seguirá hasta el final, incluso después de llegar el desenlace fatal.
David, Keith y Robert Carradine son los hermanos Younger, fieles seguidores de los James, pero victimas a su vez de ellos de la cerril persecución de la posteriormente célebre agencia de detectives Pinkerton. David y Keith no sorprenden en su habitual buen hacer, siendo David el cínico al que nos tiene acostumbrados, duro y letal aún vulnerable, y Keith el buen chico que pretende una vida normal, a pesar de tener un don innato con el revolver. Robert es el actor menos agraciado de los tres, interpretativamente y a lo que en recursos dramáticos se refiere, pero cumple como el inexperto hermano menor de los Younger.
Dennis y Randy Quaid son los hermanos Miller, de los que Randy es absoluto seguidor de los James hasta el último aliento, aunque precisamente esto le cueste el mismo, pero su hermano menor, encarnado por Dennis, no es el forajido nato que son los demás, y es expulsado de la banda por su torpeza y poco autocontrol, con lo que intentará llevar un vida normal siempre con el rencor escondido bajo al almohada.
Finalmente, los hermanos Ford están interpretados por Christopher y Nicholas Guest, que intentan formar una banda con un Jesse a punto de retirarse, habiendo sido anteriormente rechazados por la banda original, pero cuyo único objetivo es cobrar la recompensa por el asesinato del célebre asaltador de bancos.
Toda esa contención es latente en cada una de las actuaciones, incluyendo los personajes femeninos de la historia, las mujeres y madres de los protagonistas, victimas de la consecuencias de las acciones de los maridos e hijos, pero más aún de un sentimiento global de rebeldía que paradojicamente comparten y defienden como suyo, con actitudes casi masculinizadas, por su solvencia y determinación. Es aquí donde más se acusan los tics del director, en unos personajes femeninos poco desarrollados, pero finalmente efectivos y nuevamente reflejo de una época dura y complicada, decadente por su miseria y sin embargo germen de una prosperidad posterior que ellos nunca habían de ver.
El tono crepuscular del filme es evidente, en una fotografía elaborada y una ambientación histórica fidedigna y nada complaciente, que le queda como anillo al dedo al relato, ayudado por la otoñal partitura de Ry Cooder, integrada en la acción de la película en su mayor parte como música interpretada por personajes y siempre con instrumentos propios de la época, como banjos y violines. Son los momentos de silencio los que marcan la pauta del desarrollo, especialmente los silencios entre personajes, que les define y sitúa en sus decisiones, y un sonido de ambiente que suele ser él único acompañamiento de las escenas de acción.
Esta sin embargo no es gratuita ni abundante durante la cinta, pero si brutal e incluso lírica en donde la situación lo necesita. Es aquí donde las enseñanzas de Peckinpah y su influencia se deja notar palpablemente en el modo de rodar de Hill (no en vano este fue ayudante del gran Sam durante el rodaje de La Huida, The Getaway, 1972), sobretodo en una escena crucial donde un aparente y perfectamente planeado atraco a un banco se torna en emboscada y su posterior huida a cámara lenta, con sonido ambiente y de los disparos ralentizados igualmente, en un ballet brutal pero impactante, angustioso y apabullante, y toda una lección de espectacularidad vibrante culminado por un sostenido de cuerda de Cooder que cierra una escena, que sin temor a excedernos, podríamos calificar como de las definitivas del género y sello de final de una época, solo igualable a la contundencia y totalmente directa recta final de Sin Perdón (Clint Eastwood, 1992).
Con una duración muy ajustada (apenas 100 minutos), nada redundante y concisa sin dejar espacio para el tedio (virtud poco habitual en el género), Walter Hill teje el retrato definitivo de unos personajes y una época, alejado de todo el glamour anterior, y heredero de ese outsider que fue Sam Peckinpah, siendo el mejor homenaje que se le podía hacer al autodestructivo director que rodaba con pistola.