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27 de mayo de 2009

Viaje a Darjeeling, postmoderno transito iniciático de tres hermanos

Tras la fanfarria de la Fox, y con una acelerada sintonía hindú de Ustad Vilayat Khan, vemos a un nervioso Bill Murray en un taxi de una ciudad sin nombre de la India, conducido por un barbudo de aptitudes conductoras temerarias (adelantamientos kamikaces propiciados por las prisas de su cliente), aunque respetuoso a su manera(esquiva o aminora la velocidad solo cuando se cruza con alguna de sus vacas sagradas). La razón, cuando llegan a la estación de tren, Murray se apea del taxi a toda carrera, pues pierde el tren que ha de coger a toda costa. Cargado con sendas pesadas maletas, corre desesperado por el anden con la intención de coger el Darjeeling Limited, el tren que lenta pero inexorablemente abandona la estación, mientras un muchacho hindú le contempla con desidia desde el último vagón (el cartel del tren sirve de título de la cinta). Pero Murray no es el único viajero apurado, pues mientras seguimos el destino del primero, un corredor Adrien Brody le adelanta mientras le mira como si le pidiera disculpas por pasarle, igualmente cargado de maletas. Y aquí, abruptamente, cambio de música del acelerado hindú a los Kinks y This Time Tomorrow, cambio de estilo narrativo (carrera a cámara lenta de Brody), de rodaje y prácticamente de película. En un ejercicio ejemplar de escuela de cine, Wes Anderson nos la cuela sin posibilidad de vuelta atrás, y nos obnubila con su ya particular estilo. En un momento, nos ha hecho creer que íbamos a ver una película con Bill Murray (su actor fetiche, aparece en casi todas sus películas), y en un momento nos la cambia y define el estilo de los que será, musical e incluso anímicamente.
La mal llamada Viaje a Darjeeling (su título original es The Darjeeling Limited, el nombre del tren donde realizan el viaje iniciático y donde transcurre casi toda la película, no un lugar donde llegar), es posiblemente la mejor película hasta el momento de Wes Anderson, director de los pocos actuales con un estilo realmente propio y reconocible con solo un par de escenas (en este aspecto, solo comparable a Tim Burton o Michael Bay, por citar a un par, sin entrar en calidades cinematográficas, sino simplemente reconocibles visualmente), tras las muy estimables Life Aquatic o Los Tenenbaums, entre otras. El viaje iniciático de tres hermanos a bordo de un tren a lo largo de la India, tras un año sin hablarse desde el funeral de su padre, organizado por el mayor de ellos (Owen Wilson, otro constante de Anderson), con la intención inicial de encontrarse ellos mismos, es el argumento a grandes rasgos de una película cuya fotografía está dominada por ese baño de color del país hindú, brillante y colorido a partes iguales. Y lo harán, pero no como pretendían al principio.
Cabe reseñar el cortometraje que Anderson rodó a modo de prólogo del Viaje a Darjeeling, Hotel Chevalier, donde descubrimos algo que luego será importantemente significativo para el personaje de Jason Schwartzman, que fue proyectado en los cines antes de la película, y que por supuesto está incluido en el DVD. Con el principal y lamentable reclamo publicitario del desnudo del volátil personaje encarnado por Natalie Portman (algo falso, según podréis comprobar), mantiene el irónico estilo patente de Anderson y efectúa una bonita entradilla estilosa a esta historia, si bien no resulta imprescindible para la comprensión total de la película (lo ocurrido en él es narrado en una conversación entre los tres hermanos, y queda más o menos claro en lo que refiere al desarrollo argumental).
Siguiendo en sus trece de familias disfuncionales pero peculiares de sus anteriores cintas, Anderson baila en la que nos ocupa entre la comedia y drama, pasando por la cotidianidad más costumbrista, como en un río donde cada recodo o rápido está ahí por una razón, y constituyen una parte más del camino hasta la desembocadura. Cada hermano con una personalidad definida es el contra punto del otro y el complemento de los demás, marcando sus diferencias pero igualmente dejando patente con el desarrollo de la historia las complicidades entre ellos. Adrien Brody, el primero en aparecer, es el mediano, el más influenciado por el padre ausente y de personalidad más débil y melancólicos pensamientos, que con una serie de detalles será posiblemente el que más cambie en este viaje. Jason Schwartzman (co-escritor del guión junto al propio Anderson y Roman Coppola) es el pequeño, romántico y soñador, escritor incipiente, y con su mascara de independencia, el que más necesita de sus hermanos (aunque realmente se necesitarán entre los tres de igual manera al final del viaje) en su nueva colaboración con Anderson desde Academia Rushmore, película que los dio a conocer a ambos entre el gran público. Y Owen Wilson es el mayor, algo manipulador, egoísta y mandón, pero entrañable en sus intenciones y finalmente nexo de unión entre ellos, al ser el artífice de este turbulento viaje. La complicidad entre ellos es patente desde una actuación natural pero efectiva, en la que pequeños detalles delatan situaciones que todos los que tenemos hermanos hemos pasado más de una vez, y que apela a nuestra sensibilidad sin caer en la ñoñería, enterneciendo con el momento exacto de iluminación o la mirada concreta. Las maletas heredadas del padre, que con facilidad representan la parte inútil del peso de las herencias familiares y la carga que ralentiza el camino al futuro, las gafas que porta Brody y que se empeña en llevar a pesar de no corresponder a su graduación visual, o el ritual del punto rojo entre las cejas como bienvenida a una India más única que nunca, son elementos que muestran etapas del viaje, señales evolutorias y líneas de seguimiento del recorrido marcado por los tres hermanos, victimas de su propia condición de hijos de una familia rica pero profundamente disfuncional.
Efectiva en cuanto a historia en un guión que equilibra con un ritmo pausado pero continuo, hay que destacar como utiliza Anderson las herramientas cinematográficas para remarcar las sensaciones, de manera que no resulta posible sustituir ciertos recursos ya insertos en el transcurso por su perfecta idoneidad en el conjunto. Ya sabemos del uso de la cámara lenta de Anderson, que funde a una canción que dispara el valor emocional, normalmente pop de los setenta y similares, y que dice más que un mero adorno para las sensaciones. Aquí, si el viaje se abre con los Kinks y una carrera al tren, cuya canción describe la inercia del personaje de Brody y su estado emocional, el final es orquestado por el mismo grupo, esta vez con un tema más acelerado y poderoso, Powerman, que remarca el resultado y las consecuencias del viaje, de nuevo corriendo para coger el dichoso tren, pero esta vez con un significado distinto, con una evolución emocional patente. Es casi como si la música de los Kinks fueran las palabras que el hermano encarnado por el intérprete de El Pianista no es capaz de expresar con palabras y que definen su estado anímico, haciendose extensivo a sus hermanos a lo largo de la historia. Este uso de la música por parte de Anderson es uno de los aspectos más patentes de su marca de fábrica, y tal vez el que lo hacen valedor de toda una legión de seguidores que catalogan al director como postmoderno, que si bien resulta una definición discutible y carne de debate, si clarifica la unicidad de este autor y su capacidad de plasmar una cierta sensibilidad muy acorde con nuestros días, como buen hijo de su tiempo que es, tiempos en los que el batido de influencias da como resultado una evolución original y renovada, que tiene más en cuenta que nunca el camino recorrido hasta llegar a ella.
El ciclo se cierra con un paralelismo de escenas entre el principio y el final, de ejecuciones reflejas pero significado completamente distinto, y que remarca el clímax y resultado de ese viaje iniciático finalmente satisfactorio, a lo largo y ancho de una India que aparece realista, son sus miserias y bondades, referencia no vana de aquellos viajes espirituales tan frecuentes durante los sesenta y setenta que iniciaron los Beatles, y que la cultura Hippie convirtió en paso ineludible hacia el encuentro de la verdad de la paz y el amor, y que con el tiempo ha pasado a ser un cliché que aprovecha inteligentemente esta cinta vitalista y optimista. Y a pesar de los bandazos que este planeta da en su rotación imparable.